Cuenca

José Inga, el artesano de Sinincay cuyas obras vende en las Islas Caimán

Con cualquier cosita, si detrás de eso hay mucho trabajo, empeño y motivación, se puede caminar erguido y se puede vivir bien. Este es el pensamiento de José Inga Sinchi, un artesano de 55 años, oriundo de la parroquia Sinincay, cuyas obras se comercializan en un espacio que él mismo a veces no cree: las Islas Caimán.

Cuando habla sobre ese lugar británico, ubicado en El Caribe, lo hace como si fuera su casa. Y es que precisamente en eso se convirtió desde hace un poco más de dos décadas por un destino que se forjó sin pensarlo.

Si en su juventud, cuando trabajaba el mármol como un artesano más en Sinincay, le hubieran dicho que sus figuritas, que tienen formas de peces, de tortugas; que tienen formas de corazones y cruces, se venderían por precios exorbitantes, él habría dicho que era una locura, una imposibilidad.

Pero pasó. Sus figuras están en galerías y museos de las Islas Caimán, uno de los lugares preferidos por los cruceros y los personajes que pueden llegar a gastar miles de dólares en un solo día.

¿Cómo es que un artesano se convierte en una persona apreciada por sus obras en un lugar en medio del Caribe?

“Yo hacía figuras de pescados, de tortugas, y las vendía a una persona que las llevaba a las Islas Caimán. Un día me dije, cuando todavía teníamos el Sucre como moneda, si estos hacen de la nada dinero con nuestro trabajo, ¿por qué yo no puedo?”, recuerda que se preguntó don José.

Bajo la consigna de que las cosas se hacen con pasos, el artesano empezó a preguntar en las agencias de viaje si le podían llevar a las Islas Caimán. Una de ellas respondió a su pedido, y a finales de los noventa, con una maleta llena de figuritas hechas con mármol de Sinincay, el cuencano viajó a las Islas Caimán, sin saber que su vida estaba por cambiar.   

Antes de que las Islas Caimán se convirtieran en su segunda casa, José hizo dos viajes. Y en cada uno de ellos, las ventas de sus figuras fueron todo un éxito. Los aretes, los pendientes, las figuras marinas se vendieron por miles.

Pero, para eso, el artesano hizo recorridos, mostró sus productos y las tiendas que pasaban abarrotadas por turistas de todo el mundo apostaron por las formas que hacía José.

Fuente: Mercurio