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La educación extraordinaria e intensiva es una opción para que adultos culminen bachillerato

Hasta hace dos años y medio, Jacinto Iñamagua solo entraba a las aulas de la Universidad del Azuay (UDA) para cumplir con su trabajo de conserje: limpiar, revisar que todo esté en orden y ayudar a los profesores.

En los casi nueve años que lleva trabajando en la institución particular, jamás se le pasó por la cabeza que él podría estar sentado en una de las bancas, mirando al pizarrón y escuchando a los docentes.

Pero unos meses antes de que se declarara la emergencia sanitaria en Ecuador, la Universidad del Azuay, junto a la Unidad Educativa La Asunción, y con el apoyo del Ministerio de Educación, preparó un programa enfocado en sus trabajadores.

El objetivo era que los empleados que no habían podido culminar la secundaria se les diera una oportunidad, a través de educación intensiva, de obtener el título de bachiller. Fue entonces que don Jacinto supo que era oportuno participar.

En principio, a don Jacinto le invadió el terror. Cuando estaba por empezar el programa, él tenía cincuenta años.

¿Qué iba a hacer una persona de edad allí? ¿Cómo iba a enfrentar el proceso educativo si la última vez que había estado en un aula, como estudiante, había sido en la década de los setenta?, se preguntó don Jacinto, quien solo pudo terminar la escuela.

“Yo siempre he vivido en la vía a Déleg, por Ricaurte. Cuando terminé la primaria, el colegio quedaba en la ciudad. Y mis padres no tenían para pagar un cuarto porque no había de otra. En aquel entonces había buses cada dos días, y era imposible estudiar”, recordó Jacinto.

Aun con miedo, Jacinto, además de alcanzar una meta que no se había propuesto hasta ese entonces, tenía otra motivación: su esposa, de 50 años, estaba por terminar la universidad. Aquello era más que suficiente para vencer al temor de regresar a las aulas.

Continuar estudios

Don Jacinto no era el único que tenía cierto recelo de poder estudiar. Nancy Ayavaca, que hoy tiene 42 años, también tenía miedo de volver a empezar algo que había quedado inconcluso por cumplir otras responsabilidades.

En el caso de Nancy, ella ya había pasado por los tres primeros años del colegio, sin embargo le tocó trabajar para mantener a su familia desde muy joven.

“Fue duro comenzar los estudios. Volver a estudiar, coger los libros, las malas noches, encima de eso el trabajo y ser madre. Pero nos dijeron que nunca es tarde y eso y mi familia fue mi motivación”, dijo Nancy a diario El Mercurio.

A pesar de ignorar algunos temas y de acomodar su tiempo, los trabajadores no desmayaron en su proceso de formación, y, tras dos años y medio, hoy se encuentran terminando su tesis, lo cual supone el último paso para convertirse en bachilleres.

Fuente: El Mercurio