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Sobrevivir al aluvión en Quito

Aunque tiene 26 años, Steven Pazmiño cuenta que nació hace poco más de dos días. Los cortes, magulladuras y contusiones en su rostro dan cuenta de la fragilidad de la vida ante la fuerza de un aluvión que se llevó a una veintena de amigos en la cancha del barrio La Comuna de Quito.

«Estábamos tranquilamente en la cancha cuando escuchamos una ola y un ruido tan tremendo, que vemos por el túnel cómo baja todo el agua y escombros, fue algo tan impactante que en el momento de desesperación uno corre y en mi caso corrí a un barranco», relata a Efe uno de los sobrevivientes de la tragedia que se cebó con varios sectores del noroeste de la capital ecuatoriana.

Aficionado al Ecuavóley, un deporte con enorme predicamento en el país que requiere una simple red y enfrenta a equipos de tres jugadores, Steven nunca imaginó que esa fatídica tarde sería la última que vería a decenas de vecinos que se reunían cada tarde.

RELATO DE LO IMPOSIBLE

Con la voz entrecortada y el susto todavía en el cuerpo cuando aún no han transcurrido tres días del suceso, recuerda que el torrente se llevó por delante todo lo que encontró a su paso.

«Antes de saltar vi cómo el techo del hangar de la cancha se venía para bajo, corro unos tres pasitos y ahí me arrastró toda la corriente, me arrastró unas cuatro cuadras abajo», explica este joven profesor de música protegido por un paraguas para que la fuerte radiación del sol andino no afecte las suturas en su cara.

En ese momento en el lugar se encontraban unas 50 personas entre jugadores, los que esperaban su turno para saltar al terreno, y espectadores. La cancha fue casi el primer rellano del barrio que encontró la riada de lodo tras precipitarse desde las aledañas laderas del volcán Pichincha por las fuertes precipitaciones.

Además del ensordecedor impacto del aluvión, Steven recuerda que algunos alcanzaron a gritar «corran, corran», pero que los mayores no lo lograron, «incluso yo que salí corriendo me agarró la corriente, pienso que otros fueron empujados al barranco y fallecieron».

El joven pudo salvarse porque varias cuadras abajo en un momento la corriente se tornó más débil y pese a las múltiples contusiones pudo sacar fuerzas y hacerse a un lado en una de las calles con orientación norte por donde no fluía el barro, poco antes de que el alud arremetiera nuevamente desplazando vehículos y contenedores de basura como si se trataran de barcos de papel.

Las secuelas físicas son palpables: «Cuando salí del aluvión las orejas las tenía colgadas, el cráneo abierto», comenta este superviviente de lo imposible, quien cree que dios le ayudó porque sus heridas no «fueron tan contundentes y pude salir rápido del hospital».

Fuente: El Mercurio