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La devoción de los cuencanos mantiene vivo al Corpus Christi

El Corpus Christi de Cuenca siempre fue diferente. Y no precisamente por los dulces y los castillos, que son ese complemento que atrae a cientos de personas.

A diferencia de lo que sucede en el mundo, en donde, únicamente, el jueves o el domingo después de la solemnidad de la Santísima Trinidad (Padre, Hijo y Espírito Santo) se celebra el Corpus, en Cuenca se entregan siete días para declarar la fe por el Cuerpo y la Sangre de Cristo frente al Santísimo.  

Y es que el Corpus Christi ha estado arraigado en la ciudad desde sus cimientos, sino véase en los libros del Cabildo de 1557 a 1563, en los que ya se menciona la devoción al Santísimo.

Con el paso del tiempo, la fiesta fue tomando forma hasta convertirse en la fiesta septenaria, porque a los católicos cuencanos no les bastó un día para declarar su amor y fe.

Con esa muestra de religiosidad, según el arqueólogo Ernesto Salazar, en un artículo publicado en 1992, se dijo que Cuenca tenía un “Pacto Eucarístico con el Divino Sacramento”, a tal punto que si se rompía vendrían castigos para la ciudad.

Una muestra de la sentencia ya se vio a finales del siglo XIX, según reza el Cuaderno de Cultura Popular del CIDAP escrito por María Fernanda Cordero y publicado en junio de 2009. En 1881, los concejales se rehusaron a llevar las varas del palio.

Fue entonces cuando una fuerte sequía afectó a Cuenca y sus alrededores. El sucedo fue tomado como un castigo que los feligreses esperaban no volver a vivirlo.

Sea como fuere, lo cierto es que el Corpus Christi hasta hoy guarda un tinte especial. Desde el día que arranca, pasando por su duración, hasta lo que se hace en las celebraciones, Cuenca se distingue cuando llega el septenario. 

Fuente: Mercurio