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Ventas informales, las dos caras de la moneda

Es media mañana y la céntrica calle Vega Muñoz, a la altura del mercado 9 de Octubre, está despejada. Jorge Coronel y Fabián Velásquez, integrantes de la Guardia Ciudadana (Policía Municipal), controlan permanentemente que no haya ventas en las aceras.
Los agentes recorren una y otra vez la cuadra. Permanecen muy atentos, pues su misión es no permitir que los comerciantes autónomos se apuesten en este concurrido sector para evitar aglomeraciones y prevenir accidentes de tránsito, tomando en cuenta que en este punto se encuentra una parada de bus.

En la calle Mariano Cueva se puede evidenciar las ventas de todo tipo. Los productos son exhibidos al aire libre en fundas, sacos, canastas, baldes.
Aquí se puede encontrar desde plantas medicinales, hortalizas, papas, pollos pelados, hasta mote choclo con fritada, que ofrece Inés Muñoz, quien pertenece a la Asociación de Vendedores del Azuay “El Aventurero”, cuyos socios cuentan con los respectivos permisos para ofrecer sus productos en esta zona, otorgados por la anterior administración municipal.
“Nosotros servimos al pueblo en estos puestos que solamente los dejaremos cuando el señor alcalde haga un mercado con techo”, sostiene.

La comerciante, quien antes cargaba sus canastas recorriendo gran parte de la ciudad porque era vendedora ambulante y no tenía un puesto fijo, comparte que todos los días madruga a trabajar para mantener a su esposo que tiene una discapacidad.
Doña Inés, quien vive en La Caldera, parroquia Sidcay, se levanta siempre a las 03:00 para cocinar lenteja, arveja, habas y tostado,  que ofrece a sus clientes.
Empieza a vender desde las 07:30 y su horario se extiende hasta las 19:00, muchas veces soportando lluvia, viento y sol.
Para distinguirse de otros comerciantes, los socios de “El Aventurero” lucen un delantal blanco. De esta manera -asegura-  cuentan con la autorización para vender en lugares específicos.
No obstante, reconoce que muchas veces las aceras son obstaculizadas, afectando así la libre circulación porque los comerciantes no asociados realizan dos filas, situación que inclusive es aprovechada por antisociales.
El problema también se origina cuando algunos socios vienen con más personas, generalmente de su núcleo familia, a vender en sus puestos, ocasionando así aglomeraciones, añade.
Por tal motivo, solicita que la municipalidad de Cuenca considere la posibilidad de volver a utilizar otras calles aledañas para las ventas, pues recalca que “todos necesitamos trabajar”.
María Morocho es una comerciante que, a pesar de no ser asociada, vende los martes, miércoles y viernes en la calle Mariano Cueva. Está consciente de aquello, pero la necesidad es mayor, asegura. De su natal Barabón trae ajos, acelgas y plantas medicinales como violetas que sirve para tratar la tos. Las ganancias son mínimas y solo le alcanzan para sobrevivir, dice. Así por ejemplo, vende “un atadito de violetas en 25 centavitos”.
Norma Fajardo, es una de las clientes que “al paso” fue comprando fritada ayer a Inés Muñoz para comer en el almuerzo.

Fuente: El Mercurio